En la entrega anterior se habló, entre otras cosas, de la carta que la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo habría de enviar al presidente electo en los Estados Unidos de Norteamérica y que hizo pública en su conferencia matutina. Y que uno de mis camaradas había dicho que nuestra Presidenta se estaba queriendo poner con Sansón a las patadas, por lo que se hizo polémica entre otros amigos que participamos en una plática informal en donde salió a relucir este tema.
Se habló también de la sumisión de algunas personas ante entes poderosos, ya sea económica o políticamente. Así que, de acuerdo a esta sumisión, también esos personajes poderosos en determinado momento han agachado la cabeza ante otros aún más poderosos que ellos.
Un claro ejemplo le tenemos en la mayoría de los presidentes mexicanos que acataron a pie juntillas lo que les dictaban los gobiernos estadounidenses con los que les tocó convivir en su tiempo. Si bien se dice que hasta el gobierno de José López Portillo todavía se mostró cierta resistencia a obedecer a ciegas los dictados de los gobiernos gringos, también se dice que del sexenio de Miguel de la Madrid Hurtado al de Enrique Peña Nieto, estos presidentes mexicanos bailaron al son que les tocaban los gobiernos estadounidenses, mostrando una sumisión de lo más bajo que pudiera hacer un presidente mexicano; tal vez por creer que los presidentes gringos eran muy superiores a ellos -los mandatarios mexicanos- o posiblemente porque así fueron educados: que tenían que obedecer al más rico y poderoso sin ponerse a pensar que por esta actitud, perjudicarían al pueblo mexicano.
Algunos compañeros jubilados y pensionados del ferrocarril, me comentaron que recordara cómo en la empresa ferroviaria en donde prestamos nuestros servicios en nuestra vida activa: la otrora orgullosa ruta de la costa occidental, el Ferrocarril del Pacífico (FCP), cómo hubo compañeros por demás arrastrados ante los jefes y oficiales de la empresa aceptándoles todo tipo de humillaciones y ofensas sin ningún rasgo de dignidad; ah, pero eso sí, se desquitaban con otros compañeros de su misma categoría y más con sus subordinados si los tenían. Pero ante los jefes y oficiales ni la vista levantaban.
Aparentemente y sin venir al caso, un compañero se refirió a la tragedia del hundimiento del Titánic, aquella fatídica noche del 14-15 de abril de 1912, diciendo que la culpa en gran parte había sido del capitán Edward J. Smith, debido a la sumisión que mostró ante el dueño de la compañía naviera White Star line, Bruce Ismay, cuando le dijo al capitán Smith que aumentara la velocidad para llegar más pronto a Nueva York y así establecer un récord y para poner el ejemplo a la competencia de las demás compañías navieras. Así que, en sí, todos los ferroviarios coincidimos en culpar al Capitán Smith, porque si bien en las películas referentes, así como todo lo que se ha publicado de este hundimiento, el capitán le dice al señor Ismay que primero se tienen que asentar las máquinas, pero le valió y pudo más la petición de su patrón que su experiencia y jerarquía como capitán del barco.
Así que esto vino a colación porque en los trenes el conductor es el que tiene bajo su cargo inmediato la dirección general y gobierno de un tren, consecuentemente, todas las personas empleadas en el mismo, tendrán que obedecer sus instrucciones, incluso el maquinista. Así que, si, por ejemplo, un jefe u oficial de la empresa y ahora, alguno de los concesionarios en algún caso le dijera al maquinista que aumentara la velocidad porque quería llegar más pronto al otro punto, para eso está el conductor: para jalar las riendas, porque así vaya el dueño del tren o el presidente de la República a bordo de ese tren, quien lleva el gobierno y control general de ese tren es el conductor.
Entonces, el capitán del Titánic, Edward J. Smith la regó al acatar las órdenes de aumentar la velocidad por parte de su patrón, Bruce Ismay, porque debió prevalecer su jerarquía como capitán del barco, por eso tuvo gran parte de culpa por el hundimiento del barco bajo su cargo.
Y así, a lo largo de la existencia de la humanidad, la sumisión de algunas personas hacia otras, ha perjudicado en ciertos momentos algunas situaciones que en dado caso pudieron haber cambiado el rumbo de la historia.
Por eso reitero la firmeza con la que ha actuado la presidenta Claudia Sheinbaum ante Donald Trump, aunque esta acción les parezca insólita a unos mexicanos que creen a los gringos superiores.
Sea pues. Vale.