Algunas doctrinas ideológicas tienen una raíz común que las vincula más allá de sus contradicciones: encontrar la unidad popular buscando, primero, un enemigo visible, aprovechando el rencor social por la falta de movilidad y mejoramiento de las perspectivas económicas de las mayorías, ofreciendo panaceas inmediatas, que no tienen otro objetivo más que consolidar a los nuevos regímenes populistas a través de las vías democráticas, mismas que destruyen.
En el fascismo de Mussolini o el nazismo de Hitler, el enemigo era el productivo judío; el migrante que desplazaba al trabajador nacional; los resultados frustrantes en las posguerras ante otras naciones y el comunismo.
En el comunismo de Stalin el enemigo fue el capitalismo voraz y explotador, que utilizaba al hombre como simple instrumento de producción y lo explotaba esclavizándolo a un sistema que no le permitía pasar de ser un simple instrumento de la maquinaria productiva.
Con la caída de tales regímenes, el aprovechamiento del rencor y la frustración social migraron hacia el populismo en sus diversas formas, siendo el latinoamericano un populismo de opereta, que rescató la utilería y parafernalia del fascismo, con la grandilocuencia del vistoso uniforme del dictador y el uso recurrente del discurso banal contra el imperialismo, principalmente norteamericano.
De una manera muy primaria, el peronismo argentino, el castrismo cubano, el sandinismo nicaragüense, el chavismo venezolano, fueron semilla y fruto que se tradujo en el López obradorismo mexicano.
La receta es sencilla: se critica al régimen que se combate de todas maneras, prometiendo todo tipo de cambios y mejoramientos, se incita al pueblo aprovechando la frustración y el rencor, encausando el odio social hacia los ricos, hacia los empresarios, hacia el sector productivo y en menor medida contra la clase media, polarizando a la sociedad, con la justificación de que el pueblo bueno merece trato equitativo económico, sin trabajar.
Y el trato equitativo económico se traduce en dádivas en forma de programas sociales regalados, sin ninguna normatividad y sólo con la inducción al voto en favor del partido dominante.
Obviamente, el pueblo bueno mayoritario encontró al enemigo en el mexicano productivo y apoyó electoralmente al que prometió todo.
Pero la realidad, ese cruel recordatorio de que la economía no obedece consignas políticas, nos cae como cubeta de agua fría y vemos que no mejoramos en nada en cuestión de salud, educación, seguridad pública, apoyo al campo, desarrollo social, infraestructura urbana, etcétera.
Los estadounidenses, quienes también viven en su propio laberinto, optaron por reeditar al merolico que les promete que a través del cierre de fronteras y del proteccionismo ultranza salvará empleos y mejorará la economía, impulsando el belicismo como factor de movilidad económica y con el discurso de recobrar la grandeza de los Estados Unidos.
Trump también supo inventar a un enemigo fácilmente identificable para el whit€ tr@sh americano: los inmigrantes y los narcotraficantes.
Nunca detectó la necesidad voraz de la economía norteamericana de tener mano de obra de calidad y a bajo precio, ni tampoco que el consumo de drogas en su país alienta la introducción de todo tipo de drogas a su país.
Los primeros actos de gobierno de Donald Trump son en el sentido de fustigar a sus propios fantasmas, a los que acusa de ser los causantes de los problemas económicos de su país: la migración descontrolada y los cárteles de la droga, que son principalmente mexicanos.
Y tal y como lo prometió en campaña, sus primeras acciones son en contra de los migrantes, además de poner la espada de Damocles sobre la cabeza de los mexicanos, al declarar a los cárteles de la droga como terroristas, lo que le posibilitará utilizar la fuerza bélica de su país en contra de las gavillas que pululan alegremente por México.
Trump no comprende el grado de interrelación que tenemos los mexicanos con los norteamericanos y cómo nuestras economías están prácticamente fusionadas.
La mano de obra mexicana es invaluable para el movimiento económico de los gabachos, además de que las divisas que ganan nuestros compatriotas, son el soporte que mantiene a flote la economía del México lindo y querido.
Así que competiremos contra un ogro agresivo y poderoso, desde la plataforma de una muy débil economía que solo con las exportaciones primarias del campo, la maquila de productos y el turismo, nos mantiene en posibilidades de competir.
Malvenido sea el gobierno del hijo de Paquita la del Barrio.
La porra te saluda...